13 de octubre de 2013

Ella

La oí a lo lejos.
Tantas horas le había dedicado en cuerpo y alma. ¡Y ella a mí!
Habíamos estado juntos en infinidad de situaciones. No había nada en ella que me molestase.
Ni su forma de ser, ni de vestir. Ni el volumen en el que decía sus palabras.
Simplemente, era capaz de alegrarme en esos días en los que no me sentía precisamente bien.
No me importó nunca el número de personas a las que hizo feliz antes que a mí.
Me encantaba en todos sus aspectos. Ella sabía perfectamente que hacer para que yo esbozara siempre una sonrisa.
Como en todas las relaciones, había días en los que no teníamos ganas de vernos y nos cansábamos el uno del otro, pero siempre acababa solucionándose el problema y volvíamos a juntarnos.
A cada hora sentía ganas de verla, de tenerla entre mis brazos.
Aquellos momentos que no la tenía, hacía que la saboreara más intensamente.
Cuando nos quedábamos solos, se producía un ambiente cálido e intenso.
Conseguía hacer muchas veces que los vellos de mi piel se erizaran y sintiera un escalofrío por mi cuerpo.
En público, siempre hemos intentado ser más discretos, aunque alguna vez hemos vocalizado alguna expresión delatadora.
Aún hoy, seguimos viéndonos. No me importa lo que la gente diga. Ella me gusta y siempre la defenderé.
Muchas de las cosas que me hace sentir, no pueden explicarse de forma alguna.
A cada hora la llevo en mi bolsillo y escucho sus palabras.
Nunca rechazaré su voz. Ella, con sus notas, hace que mis días grises se cubran de color.
Siempre estaré agradecido de que nunca se negara a sonar para mí.
Cada acorde que decía, cada palabra que me susurra. . . Hace que me sienta bien.
Siempre he encontrado en ella refugio e inspiración, consuelo y fuerza, paz y armonía.
Nunca le apartaré la mirada. Seguiré girando la cabeza hacia donde quiera que la oiga.
La música siempre me hizo ser un poquito más feliz, y siempre seguiré queriéndola como hasta ahora hice.