5 de julio de 2013

El abrazo

Esa noche me acosté un poco enfadado.
Cuando comencé a dormirme, noté como si alguien encendiera la luz.
Pero esta luz era suave y acogedora. La luz comenzó a concentrarse en el centro y a ser cada vez más fuerte, hasta el punto de ser insoportable.
Al momento vi una sala, toda de blanco y unas manos que me cogían. Comencé a flotar, o esa era mi impresión, porque vi una persona que me sujetaba. Yo gritaba con todas mis fuerzas, pero no podía articular otro sonido que no fuera un llanto.  Allí me veía yo, pequeño, indefenso, mojado...Pero ese hombre que me portaba giró, y alcancé a ver ese rostro. Un rostro que lloraba a la vez que sonreía. Que sufría a la vez que disfrutaba. Me acercaron y me pusieron encima suya.  Al instante dejé de gritar para contemplar atónito su rostro. Me miraba mientras intercambiaba miradas con ese hombre que le sostenía la mano que tenía libre. Al mirar su cara, comprendí que había tenido que soportar mucho sufrimiento para gozar de ese primer contacto con mi cuerpo. Esa cara, sería la que más querría durante el resto de mi vida. La que nunca me cansaría de ver. La que pese a los malos momento y a hacerle llorar muchas veces, tanto de alegría como de dolor, siempre estaría dispuesto a besar sin miedo o vergüenza algunos. Era ella, la que daría sentido a mi vida a partir de ese momento en que me tubo en brazos por primera vez.
Me acunó en su pecho y todo comenzó a oscurecerse y enturbiarse. De fondo oía como me susurraba una especie de sonido que hacía que se relajara mi cuerpo y sintiera un profundo estado de relax. En ese mismo instante me sobresalté y me vi en mi cama, solo, con mi cuerpo nuevamente de adolescente. No recordaba nada de lo sucedido esa noche. Como esos sueños que vives intensamente pero al despertar no recuerdas.
Salí hacia la cocina para desayunar cuando vi ese rostro otra vez, mirándome. Sonriéndome mientras se acercaba y me besaba la mejilla. Es ese momento recordé todo lo de la noche anterior y la abracé fuertemente. Ella no entendía nada, pero no era motivo para negarme su abrazo. Al rodearme con sus brazos, reviví el momento que me acunó por primera vez, y nuevamente hizo que mi llanto interno se calmara y me sintiera otra vez pequeño por un instante. Por muy fuerte e insensible que yo me creía a veces, ese abrazo me tiró la hombría por los suelos y me transportó otra vez a mi infancia. cuando mi madre era como esa protección sobrehumana para mi. Capaz de todo con solo creerlo. La que siempre me hizo seguir adelante y con el tiempo fui abandonando. No se si por ego o por orgullo, pero ese momento me hizo sentir bien y mal a la vez por haber estado tanto tiempo ignorando a esa persona que dedicó gran parte de su vida a mí.

4 de julio de 2013

Aquella mañana

Aquella mañana me levanté como cualquier otro día.
Me dirigía a peinarme cuando me di cuenta de que un hombre me miraba desde el cristal.
Lo miré. Me miró....nos miramos. Podía ver en su rostro que la felicidad no estaba de su lado.
Encerrado en sus ojos había un pequeño niño feliz que gritaba dentro de esa prisión, luchando por salir.
El niño, pese a estar encerrado no perdía la sonrisa de su rostro.
De repente, del ojo de ese hombre, calló una lágrima que se mezcló con el agua del lavabo y se perdió en el sumidero.
Puede que junto a esa lágrima se desvaneciera algún tipo de sueño o propósito de ese hombre.
En ese momento, lo único que quería era preguntarle que le ocurría. Saber por un momento que sentía o pensaba.
Cuando me disponía a hacerle la dichosa pregunta, su rostro desapareció difuminándose en el viento..
Durante unos instantes no podía borrar de mi mente su cara de dolor.
¿Qué le hacía sentir infeliz?, ¿Porqué lloraba?, ¿Qué hacía ese niño retenido en su interior?
Sin perder un momento, continué preparándome para salir cuando una lágrima resbaló por mi mejilla.
Dentro de esa lágrima, estaba encerrado el grito de un niño. Un niño que quería volver a reír, a jugar....en definitiva, a ser feliz.
Supe que, el hombre del espejo, realmente era mi reflejo.Con la agonía en su rostro, con llanto, con tristeza... esa misma tristeza que se veía obligado a encerrar tras una máscara ficticia con la cual era una persona feliz, sin preocupaciones, sin miedos... Pero al llegar a casa se derrumbaba.
Volví nuevamente al espejo y, como cada mañana, esbocé una efímera y leve sonrisa en la cara de ese hombre, el cual, salió a la calle nuevamente ese día ocultando sus verdaderos sentimientos tras una pantalla volátil, intentando reflejar, sin éxito, los sentimientos de ese niño que se encerraba dentro de su ser y que quería volver a salir, para demostrarle al mundo que ser feliz era posible.